Oración de San Bernardo para empezar todos los días.
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han
acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro, haya sido desamparado. Yo, pecador,
animado con tal confianza, acudo a vos oh Madre, Virgen de las vírgenes: a vos vengo, delante
de vos me presento gimiendo. No queráis, oh Madre del Verbo, despreciar mis palabras; antes
bien, oídlas benignamente y cumplidlas. Amén.
Oración final para todos los días.
¡Oh santísima Señora, excelentísima Madre de Dios y piadosísima Madre de los hombres!
Después de Dios, tú eres la única esperanza de los pecadores y la mayor confianza de los justos.
La Iglesia te llama vida, dulzura y esperanza nuestra, y todos los pueblos ponen en ti sus ojos,
esperando de ti todas las gracias. Nosotros también, dulce abogada, acudimos a ti en estos días,
instándote para que nos oigas y concedas las gracias que te pedimos. Danos, en primer lugar, un
amor sincero a tu divino Hijo, observando su santa ley cristiana; alcánzanos también la salud del
cuerpo y la serenidad del espíritu, la paz en la familia y la suficiencia de medios para la vida;
concédenos, en fin, una santa muerte en la santa Iglesia católica.
¡Oh Virgen, que superas toda alabanza! Todo lo que tú quieres, lo puedes ante Dios, de quien
eres Madre; y, aun cuando nosotros somos pecadores, tú eres dulce madre del Redentor y dulce
madre nuestra, y puedes abogar por tus hijos pequeños y pecadores ante tu Hijo altísimo y
redentor; a tu nombre se abren las puertas del cielo; en tus manos están todos los tesoros de la
Inmaculada Concepción de la divina misericordia; óyenos, oh plácida Virgen y Madre, y, si nos conviene, concédenos las
gracias que te pedimos en esta novena.
Petición.
Santa María, socorre a los vulnerables, sana a los enfermos y da sabiduría a
aquellos que trabajan para curar este terrible virus.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
R./Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.
Oración.
Concédenos, por favor, Señor Dios, que nosotros, tus siervos, gocemos de continua
salud de alma y cuerpo y, por la gloriosa intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María,
seamos libres de las tristezas de la vida presente y disfrutemos de las alegrías de la vida eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
DÍA PRIMERO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de Santo Tomás de Aquino (1225-1274).
Doctor de la Iglesia.
Concededme, oh Reina del cielo, que nunca se aparten de mi corazón el temor y el amor de tu
Hijo santísimo; que por tantos beneficios recibidos, no por mis méritos, sino por la largueza de
su piedad, no cese de alabarle con humildes acciones de gracias; que a las innumerables culpas
cometidas suceda una leal y sincera confesión y un firmísimo y doloroso arrepentimiento, y,
finalmente, que logre merecer su gracia y su misericordia. Suplico también, oh puerta del cielo y
abogada de pecadores, no consientas que jamás se aparte ni desvíe este siervo tuyo de la fe, pero
particularmente que en la hora postrera me mantenga con ella abrazado; si el enemigo esforzare
sus astucias, no me abandone tu misericordia y tu gran piedad. Por la confianza que tengo en ti
puesta, alcánzame de tu santísimo Hijo el perdón de todos mis pecados y que viva y muera
gustando las delicias de tu santo amor.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA SEGUNDO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Atanasio de Alejandría (295-373).
Doctor de la Iglesia.
Propio es de ti, Señora, que siendo tú, al mismo tiempo que esclava del Señor, Madre de Dios,
Reina y Señora, pues Dios quiso también ser Hijo tuyo, no apartes de nosotros tu memoria,
habiendo de presentarnos ante el soberano e inexorable Juez, que, si a nosotros nos infunde
pavor, es para contigo sobremanera amable y te otorga cuantas gracias le pides, pues eres
llamada llena de gracia y de alegría por haber sobrevenido en ti el Espíritu Santo. Por esto, aun
los ricos de la nación, los más favorecidos en justicia y santidad, claman a ti e invocan tu
protección. No nos cierres las puertas de tu pecho, y deja que fluya sobre nosotros el mar de
gracias que encierra.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA TERCERO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Anselmo (1033-1109).
Doctor de la Iglesia.
No son para contar, Reina clementísima, los que, habiendo invocado tu nombre, han conseguido
la eterna salvación; ¿y quieres que, invocándote yo, sea defraudado en mis esperanzas? Tal vez
no oyes mis clamores en razón de mi gran maldad; pero, aun así, no dejaré de llamarte y de
decirte con toda el alma: pues eres tan noble y benigna de condición, da oídos a quien
humildemente llama a tus puertas y no le desatiendas en sus esperanzas, ni le abandones en su
tribulación, ni le dejes sin una palabra de perdón en medio de su pecado. Sana con tus celestiales
medicinas las profundas heridas en mi alma abiertas, desátame de los carnales lazos que me
aprisionan en la tierra y abrígame siquiera con un jirón del espléndido manto de tu gloria. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA CUARTO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración antigua de autor anónimo.
Ven, oh gloriosa Reina María; ven y visítanos; ilumina nuestras almas dolientes y danos el vivir
santamente. Ven, salud del mundo, a lavar tantas manchas que nos afean, a disipar tantas
tinieblas que nos envuelven. Ven, Señora de los pueblos, y apaga estas llamas de concupiscencia
que nos abrasan, arrójanos el manto de tu pureza y señala el seguro camino que nos ha de llevar
al puerto. Ven a visitar a los enfermos, a fortalecer a los débiles, a dar firmeza a los que fluctúan
entre mares de dudas. Ven, estrella, luz de los mares, e infúndenos paz, gozo y devoción. Ven, oh
cetro de reyes, poderío de las naciones, y vuelve al seno de la fe, al amor y vida de su unidad, a
las muchedumbres extraviadas que no conocen lo que conviene a su salud. Ven, trayéndonos en
tus manos los dones de tu casto, eterno esposo, el Espíritu Santo, para que vivamos por su
lumbre y calor, y sean nuestro sustento aquellos frutos eternos que nos han de merecer entrar en
la unidad de la vida bienaventurada. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA QUINTO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Sofronio (siglo VII).
Patriarca de Jerusalén.
Amansa, oh piadosa Madre, las olas de tristeza y de congoja que combaten mí corazón; apaga las
llamas enemigas que me cercan; embota los dardos que manos crueles vienen arrojando contra
mi alma, amenazando atravesarla y envenenarla y meter en ella la muerte. Oh alegría
bienaventurada, oh paz, oh serenidad de los que te invocan, oh escudo y fortaleza de tus fieles
servidores, ven y tiende tu mano sobre las llagas recibidas y sobre las angustias que me
atormentan; da suavidad y paz a mi
entendimiento, para que mi lengua engrandezca siempre la alteza de la merced recibida.
Devuélvenos en lluvias de gracias las alabanzas que te dirigimos; abre ese manantial de gracias
que por nosotros quiso encerrarse en ti y no vivamos ya entre noches, incertidumbres y temores;
a ti seremos deudores de mercedes que jamás labios humanos podrán agradecer ni ponderar.
Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA SEXTO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Ildefonso (siglo VII).
Arzobispo de Toledo.
Oh clementísima Virgen, que con mano piadosa repartes vida a los muertos, salud a los
enfermos, luz a los ciegos, solaz a los desesperados y consuelo a los que lloran. Saca de los
tesoros de tu misericordia refrigerio para mi ánimo quebrantado, alegría para mi entendimiento y
llamas de caridad para mi durísimo pecho. Sé vida y salud de mi alma, dulzura y paz de mi
corazón y suavidad y regocijo de mi espíritu. Y, pues, tú eres estrella clarísima del mar, madre
llena de compasión, endereza mis pasos, defiéndeme de riesgos de enemigos, hasta aquella
postrera y suspirada hora en la cual, asistido de tu auxilio, enriquecido con tu gracia, vencidas las
enemistades del infernal dragón, salga de este mundo para los eternos y seguros gozos de la vida
bienaventurada. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA SÉPTIMO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Juan Damasceno (649-749)
Doctor de la Iglesia.
Nadie está en el cielo más cerca de la Divinidad simplicísima que tú, que tienes asiento sobre la
cumbre de los querubines y sobre todos los ejércitos de los serafines, y por esto no es posible que
tu intercesión sufra repulsa, ni que sean desatendidos tus ruegos. No nos falte tu auxilio mientras
vivamos en este mundo perecedero; alárganos tu mano, para que, obrando las obras de salud y
huyendo de los caminos del mal, demos seguro el paso de la eternidad. Por ti esperamos que, al
cerrar a este destierro los ojos de la carne, se abrirán los del alma para anegarse en aquel piélago
de soberana hermosura, de suavísimos deleites, por el cual ansiosamente suspiran las almas
regeneradas y que nos anunció y mereció Cristo Señor nuestro haciéndonos ricos y salvos. A El
por ti, Señora, rendimos gloria y alabanza, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre por
los siglos de los siglos. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA OCTAVO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Efrén de Siria (306-373).
Doctor de la Iglesia.
Oh Virgen purísima, Madre de Dios, Reina de todo lo criado, levantada sobre todos los
cortesanos del cielo y más resplandeciente y pura que los rayos del sol: tú eres más gloriosa que
los querubines, más santa que los serafines y sin comparación más sublime y aventajada que
todos los ejércitos del cielo. Tú eres la esperanza de los patriarcas, la gloria de los profetas, la
alabanza de los apóstoles, honra de los mártires, alegría de los santos, ornamento de las sagradas
jerarquías, corona de las vírgenes, inaccesible por tu inmensa claridad, princesa y guía de todos y
doncella sacratísima; por ti somos reconciliados con Cristo mi Señor. Guardame debajo de tus
alas; y apiádate de mí, que estoy sucio con mis pasiones y manchado con los innumerables males
que he cometido contra mi Juez y Criador. No tengo otra confianza sino en ti, que eres el áncora
de mi esperanza, el puerto de mi salud y socorro oportuno en la tribulación.
Terminar con la oración final de todos los días.
DÍA NOVENO
Comenzar con la oración de todos los días.
Oración de San Germán (496-576).
Obispo de París.
Ninguno se salva sino por ti, oh Virgen Santísima.'Ninguno se libra de males sino por ti, oh
Virgen purísima. Ninguno recibe gracias de Dios sino por ti, oh Virgen castísima. Ninguno
obtiene misericordia sino por ti, oh Virgen venerabilísima. ¿Quién, después de tu bendito Hijo,
tiene tanto cuidado del linaje humano como tú? ¿Quién así nos defiende en nuestras
tribulaciones? ¿Quién tan presto nos socorre y nos libra de las tentaciones que nos acosan y
persiguen? ¿Quién, con sus piadosos ruegos, intercede por los pecadores y los libra de las penas
que por sus pecados merecen? Por esto recurrimos a ti, oh purísima y dignísima de toda alabanza
y de todo obsequio.
Haz que, por medio de tus oraciones, que tanto pueden con el Señor, las cosas eclesiásticas sean
bien gobernadas y tú misma las conduzcas a puerto seguro. Viste ricamente a los sacerdotes de
justicia y de la gloria de la fe probada, inmaculada y sincera. Dirige en estado próspero y
tranquilo los cetros de los soberanos cristianos. Sé, en tiempo de guerra, la protección del
ejército, que siempre milita bajo tu amparo, y confirma al pueblo para que, conforme Dios lo
tiene mandado, persevere en el obsequio suave de la obediencia. Sé el muro inexpugnable de este
pueblo que te tiene a ti como a torre de refugio y cimiento que la sostiene. Preserva la habitación
de Dios y el decoro del templo de todo mal; libra a cuantos te alaban, da redención a los cautivos
y sé refugio para el peregrino y consuelo para el desamparado. Extiende, por fin, a todo el orbe
tu mano auxiliadora, para que, así como celebramos con alegría esta festividad, celebremos
también todas las demás que te dedicamos, en Cristo Jesús, Rey de todas las cosas y verdadero
Dios nuestro; a quien sea la gloria y la fortaleza, junto con el Padre Eterno, que es principio de la
vida, y con el Espíritu coeterno, consubstancial, y que reina con los dos, ahora y siempre y por
los siglos de los siglos. Amén.
Terminar con la oración final de todos los días.